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La Virgen de la Palomita

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El pasado 15 de agosto, fiesta en toda España, Madrid celebraba especialmente su Virgen de la Paloma, muy querida por los bomberos, por los toreros, por los castizos viejos. También es la fiesta civil de Arequipa, y se celebran varias devociones marianas en América, como la del Cisne (Ecuador) y la de Urkupiña (Bolivia).

En la parroquia de San Lorenzo, a dos minutos del metro de Lavapiés, desde hace unos años se reúnen distintas comunidades latinoamericanas. El barrio chino-bangla-hindi-pakistaní-gitano tiene también su pedazo latino. A las 18:30 se anuncia la misa en honor a la Virgen de Urkupiña, “palomita” en quechua. Desde esa hora, el padre ensaya los cantos con la asamblea. Al entrar, una laica muy sonriente te entrega la hoja de cantos y una banderita boliviana.

Lo primero que dice el padre al subir al ambón es dónde están los baños, dónde dejar las intenciones de misa y pide a las mamás que ocupen las zonas de adelante, reservada para carritos de bebé, allá procesionan diez mamás bolivianas cargando sus wawas y carros. Visten elegantes, a la europea, pero muy guapas.

Me siento al final, junto a un hipster español. Ensayamos los cantos, algunos conocidos de Perú. Gran alegría al recordarlos. Parece que los bolivianos no dan palmas al cantar. Cuando llevamos media hora de ensayo, el hipster se va discretamente.

Cuando ya empieza la misa, son pocos los blancos que quedamos. El padre entra en procesión desde atrás, ondeando su banderín boliviano, y toda la asamblea le seguimos. Tras el canto de entrada, saluda en quechua, y todos, menos yo, responden con alegría. Él es español, pero tiene un carisma de apertura extraordinario. Me acuerdo cuando visitamos a Conrado en Valencia, antes de ir a Arequipa, cuando visitamos los grupos de latinos, que llenaban también el templo. Se sentían como en su casa. Ese es el mensaje de este padre.

La homilía anima a reencontrarse con Jesús, a pesar de todo lo que llevemos en la mochila. Habla en la jerga del pueblo, habla de lo que habrán dejado allá, de cómo se habrán encontrado a veces con malas caras de los de acá. Muy emocionado, echo de menos no tener alguien cercano a mi lado, estoy “de incógnito” entre el pueblo. Ahí me he metido, sin haber pisado Bolivia en mi vida, intuyendo que se iba a mover mucha vida esta tarde en San Lorenzo. Hoy soy boliviano, igual que he sido peruano. Quiero seguir siendo puente, sonrisa de acogida y abrazo que acompaña.

En las ofrendas, entran en procesión las banderas del Vaticano, España y Bolivia. Durante la consagración, las banderas se inclinan también en reverencia. Y al terminar, una pequeña procesión alrededor del templo, reparto de limonada y de nuevo al templo. La gente mueve los bancos para ensanchar el pasillo central, donde diez grupos de danza van a honrar a la Virgen. Los trajes, preciosos, con bordados con los colores de Bolivia y España. Seguramente inclumplimos más de una norma litúrgica, pero qué hermoso ver a la gente como en casa, solo faltaba la chela corriendo de mano en mano. Uno de los grupos coloca al terminar su poncho al padre, que lo recibe muy feliz.

Cada domingo, a las doce, este templo se llena con los latinos, viniendo de toda la ciudad, porque son bien acogidos. Y dedican diez minutos sin prisa a orar por cada una de las intenciones, la señora fulanita de tal que pide a San Ramón Nonato por el hijo que lleva en su vientre, otro que pide por el año de fallecimiento, otro que da gracias porque encontró trabajo. Una gozada participar en una autentica celebración de la Vida.

Gonzalo Violero. LMC

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