El pasado lunes, aprovechando su paso por España, tuvimos la oportunidad de encontrarnos en Granada con Mons. Jesús Ruiz, obispo auxiliar de Bangassou (Rep. Centroafricana) días antes de su represo a su diócesis.
Fue un encuentro en el que nos compartió la situación de extrema violencia y pobreza en la que se encuentra el pueblo centroafricano y en especial la diócesis en la que trabaja desde el pasado mes de noviembre junto con otro obispo comboniano español, Mons. Juan José Aguirre.
Ambos vienen denunciando desde hace tiempo la situación que vive el pueblo de Bangassou sometido a las barbaridades de los numerosos grupos armados de la región. Selekas y anti-balakas, ambos fuertemente armados, están sembrando el terror y el caos entre la población lo que ha hecho que desde hace unos 10 meses la catedral se haya convertido en un verdadero “campo de refugiados” en el que varios miles de musulmanes sobreviven gracias al apoyo y solidaridad de la misión católica.
Mons. Jesús Ruiz insistía en que la raíz del problema no es tanto religiosa (enfrentamiento entre musulmanes y cristianos), sino que su origen es totalmente económico. El país, y en especial Bangassou, posee grandes yacimientos de uranio, petróleo y diamantes y su control está provocando una lucha atroz entre los distintos grupos radicales, armados por países extranjeros.
A día de hoy, la fractura social que está provocando este conflicto es enorme: todas las ONGs se han marchado de la zona, no hay ninguna estructura mínima de gobierno que garantice un poco de orden y control, no funciona ninguna escuela pública y en toda la diócesis, cuya extensión es una quinta parte de España, no hay ni un solo médico.
Es en medio de esta realidad, donde la misión católica, guiada por estos dos obispos combonianos sigue trabajando por los más pobres y abandonados, intentando poner un poco de esperanza y paz en medio de tanta desolación.
A la pregunta de qué podemos hacer nosotros desde aquí, Mons. Jesús Ruiz nos invitaba a 3 acciones muy concretas:
Primero, la oración continua por estos hermanos/as nuestros y por toda la Iglesia centroafricana, para que se mantenga fiel a su tarea pacificadora y evangelizadora en medio de esta situación tan difícil. A día de hoy, en su diócesis sólo quedan 6 religiosas y unos pocos sacerdotes que hacen muy difícil atender tantas necesidades.
Segundo, visibilizar el problema, “lo que no se visibiliza, no existe”. La guerra de Centroáfrica es una de tantas “guerras olvidadas” que hay en el planeta. Como hijos de Comboni, hemos de hacer presente la realidad de los pueblos de África en medio de nuestra sociedad y denunciar las injusticias a las que se ven sometidos.
Y tercero, cambiar nuestra mirada. Es fundamental que cambiemos la manera de mirar al que viene de fuera, al que es diferente. Darnos cuenta de que no es una amenaza sino una riqueza y una oportunidad para tejer lazos de fraternidad.
Termino rescatando un pequeño fragmento de la lectura del profeta Isaías que leímos en la eucaristía que compartimos y que resume la esperanza de todo un pueblo que, a pesar de todas las dificultades, sigue apostando por la VIDA.
Así dice el Señor: «Mirad: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva: de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear… ya no habrá allí niños malogrados ni adultos que no colmen sus años… Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos.»
Que así sea.
Isidro Jiménez. LMC