El Señor Resucitado nos da su Espíritu, su paz y su perdón. Nos envía como sus discípulos misioneros, con la misma misión que Él recibió de su Padre: Anunciar su Reino a todas las gentes.
«¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!
¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!
¡No nos dejemos robar el Evangelio!
¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!
¡La fuerza de la Resurrección es imparable!» (Francisco. Evangelii Gaudium)