En el Sábado Santo se recogen todas las horas de vacío y de silencio. Es el día para experimentar la soledad de la muerte, el abandono total, lo que llamamos ausencia de Dios. Ese silencio que retumba en nuestro interior, es al mismo tiempo el que nos prepara para resucitar, para echar a andar hacia Galilea, lejos del centro, lejos de Jerusalén y allí tener una experiencia de encuentro y de revelación con el Resucitado.