LMC España

Laicos Misioneros Combonianos y ONGD AMANI

Evangelio del Domingo Mundial de las Misiones

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Lc 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Comentario de Romeo Ballán, Misionero Comboniano

El Señor Jesús convoca e involucra a todo bautizado en la misión. El cristiano sirve a la misión orando, saliendo y colaborando con quien parte. Ante todo rezando (I lectura). La oración insistente del pobre y del oprimido tiene una fuerza particular ante el Señor, el cual, aun acogiendo a todos, «escucha la oración del oprimido», del huérfano y de la viuda (v. 16-17). En su justicia, el Dios de la Biblia restablece la equidad poniéndose del lado del pobre. Jesús lo confirma con la parábola de los dos orantes del templo: el fariseo y el publicano, díptico exclusivo de Lucas (Evangelio). Tiene su lógica humana el fariseo, que se suponía justo: expone a Dios sus prácticas morales y las observancias ejemplares (v. 11-12), en virtud de las cuales, según él, merece ser recompensado. El fariseo no espera la salvación como un don, sino como un derecho adquirido por sus buenas obras. En la oración del fariseo no hay apertura a Dios, sino solo auto-ostentación y, en consecuencia, alejamiento y rechazo de los demás (v. 11-12); él se agradece a sí mismo, no a Dios. No ora a Dios, solo se contempla a sí mismo; su oración es sin Dios. Se siente autosuficiente; por lo tanto, juzga severamente a los demás.

Los misioneros que marcan la historia (como Pablo, Francisco Javier, Comboni, Libermann, Vénard, Chanel, Cabrini, Teresa de Calcuta y muchos otros) están convencidos de ser custodios y anunciadores de un Evangelio que viene del corazón de Dios para la vida del mundo. Siguiendo sus pasos, todo misionero y misionera, todo cristiano, en virtud del bautismo, está llamado a anunciar a otros el Evangelio. Porque el anuncio del Evangelio es un servicio prioritario y urgente a la familia humana: «es el primer servicio que la Iglesia debe a la humanidad de hoy, para orientar y evangelizar las transformaciones culturales, sociales y éticas; para ofrecer la salvación de Cristo al hombre de nuestro tiempo» (Benedicto XVI; RMi 2).

Para la difusión del Evangelio, el testimonio personal vale más que las palabras, como ya enseñaba el mártir S Ignacio de Antioquía (17 de octubre), al inicio del segundo siglo: «Es mejor ser cristiano sin decirlo, que proclamarlo sin serlo». Ya conocemos las formas de colaboración misionera (oración, sacrificio, vocaciones, información, obras de misericordia y otros gestos de solidaridad). Como parte de su testimonio misionero, hoy los cristianos están llamados a ofrecer signos de esperanza y a convertirse en hermanos universales, para hacer del planeta la casa de todos los pueblos, según el plan de Dios. ¡Desafío emocionante, para cada uno! ¡Desafío irrenunciable de la Misión!

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